Desde la tribuna: León vs América
León es una ciudad con tradición e historia futbolística, es grato ver el bullicio y el constante vaivén de personas que se disponen a entrar al estadio para disfrutar el partido. Desde la previa al partido hay infinidad de puestos que venden playeras, gorros, banderas, cornetas y demás artilugios con los colores de los equipos que disputarán el encuentro.
El ambiente antes del partido era de optimismo por parte de la afición esmeralda, muchos decían que sería un juego reñido y cerrado, algo que resultó completamente cierto. La cancha de León siempre ha sido el “coco” del Piojo Herrera, que salió a la cancha con sus típicos aspavientos gritos y gestos de un estratega apasionado. El partido daba inicio con un minuto de silencio, conmemorando a las víctimas del pasado temblor del diecinueve de septiembre. Afortunadamente la afición se comportó a la altura y respetó el minuto de silencio, mismo que se vio finalizado con aplausos para dar inicio al encuentro.
Afortunadamente la lluvia había pasado por el estadio solo pocos minutos, para fortuna de los aficionados, el gran Tláloc brilló por su ausencia. El árbitro hizo sonar su silbato y rodó por la cancha del Nou Camp el balón, la primer jugada de peligro fue al minuto uno con cuarenta y tres segundos, llegó por parte del Club León, que a punto estuvo de iniciar con un gol el partido, pero para desgracia y condenación de nuestras almas, el gol tardaría en llegar, al minuto seis el equipo visitante tuvo una opción clara de gol que tapó valientemente el arquero de León.
El Club América se vio muy insistente durante el primer tiempo, haciendo un juego bastante cerrado y lleno de sobresaltos para la afición de León, que acertaba solo a gritar y levantarse de sus butacas. En la tribuna, la porra de León cantaba y la del América parecía no quedarse atrás, de hecho, en la zona en la que me tocó estar, había un gran número de aficionados al América, situación que pensé sería complicada en caso de una derrota, pues se les veía bastante animados y haciendo su juego desde la tribuna, chiflando las decisiones del silbante y metiéndose con alguno que otro jugador.
Darwin Quintero puso de pie a todo el estadio unos minutos antes del partido, pues sacó un riflazo marca diablo, que dejó temblando el travesaño del arquero de León. Todos nos quedamos con el Jesús en la boca y tan rápida fue la jugada que apenas si daba tiempo a pedir confesión.
El partido se fue al descanso con dos rosquillas en el marcador, que por cierto, para esa hora de la tarde ya comenzaba a dar hambre, a mí nunca se me ha hecho algo atractivo comer en el estadio. Los vendedores ambulantes pasaban sin cesar anunciando pizzas, tortas de carnitas, dulces, frituras, cheves y cuanta cosa se puede vender en un estadio. La gente en la tribuna se paraba de sus asientos, saludaba a algún conocido y buscaban a los fotógrafos que pasaban por la cancha. El ambiente se podía sentir cargado de adrenalina, pues ambos equipos habían tenido oportunidad, pero en el primer tiempo no habían sido bendecidos con la puntería, pues pareciera que esta anduviera de vacaciones.
En el segundo tiempo, el León salió con la iniciativa, buscando el ataque y la llegada desde distintos lados de la cancha, sin encontrar suerte en ninguna de las llegadas. Al minuto cincuenta y cuatro, llegó el gol del América, que hizo callar momentáneamente a la afición esmeralda, que no tardó en recuperarse de lo ocurrido y cantar para apoyar al equipo de sus amores. Aunque el equipo estuvo intentando durante lo que restaba del partido poder clavar un gol que les diera un respiro, este no llegaba y así comenzaban a pasar los minutos. Yo en mi butaca estaba con los pelos de punta, que estaban bien guardados bajo mi sombrero tipo bombín, que de lo contrario, me hubieran hecho aparecer con un peinado de piña. Las ansias se apoderaban de mí, me traían del pescuezo, pero también conservaba la calma, pues la esperanza es lo último que muere y como dijera un profe amigo mío, “esto no se acaba hasta que se acaba”, también era presa de la tristeza, pues el equipo había llevado el juego al terreno del América, buscando llegadas constantemente y para mi, merecía llevarse la victoria en casa.
El estadio se llenó de júbilo al minuto ochenta y ocho cuando Boselli, “el matador” mandó guardar el balón en el fondo de las redes y marcar el gol ciento uno de su carrera en el Club León. Todos gritamos y brincamos llenos de alegría, festejando con las personas que teníamos a lado. En esos momentos no importa que no conozcas a la persona que está a lado tuyo, la alegría los baña por igual, así como se baña uno con aguas de dudosa procedencia que no tardan en volar por los aires. Por un pelo de gato calvo era yo bautizado por aquellos líquidos turbulentos, pero alcancé a reaccionar y los evité. Aún seguíamos festejando el gol, cuando al minuto noventa y tres llegó el segundo gol de Burbano, que nos dio una gran alegría, haciéndonos gritar el gol como quien se entera que acaba de ser millonario. Yo me estaba recuperando de la garganta, pero con tanto grito de emoción y de los goles, salí del estadio más ronco que un camión descompuesto.
La jugada del segundo gol se tornó un tanto polémica, pues había un segundo balón en la cancha, pero el reglamento menciona que si el objeto que está en la cancha no interfiere con la jugada, se valida el gol. De esta forma Club León se lleva una merecida victoria y suma tres puntos en casa, ante su afición y ante un equipo odiado por muchos, pero sin duda un digno rival a vencer. Una vez más, el Piojo se va de este estadio sin dañar a la fiera, tan sólo nos metió un susto, pero en eso quedó. La afición esmeralda salimos de ahí satisfechos por haber presenciado un juego vibrante, de un equipo que salió a rugir en la cancha, a demostrar que tienen un buen nivel de juego y que ellos son los papás de los pollitos y que mandan en la cancha.